9 de abril de 2010

La noche del cazador

Lo siento, pero siempre odiaré a los críticos ineptos, al público inculto, a los ciegos e insensibles personajes que expulsaron de la dirección a Charles Laughton, le obligaron a volver a su carrera de actor, de gran actor, pero nos privaron de uno de los mejores directores que jamás hayan existido, quizá el mejor. Su única obra, La noche del cazador, fue vilipendiada, repudiada, obviada por todos. Su nacimiento como mito, el de la obra maestra, fue allá por el lejano 1955, no era una película larga, no, tampoco se hacía pesada, qué va; era visualmente perfecta, con un ritmo y unas escenas fuera de serie, con actores ciertamente dotados, con… ¿Qué demonios les pasó a los coetáneos de Laughton que no fueron capaces de intuir lo que a las siguientes generaciones nos entró por los ojos y nos abdujo el sentido, la razón? ¿Qué? Destacar algo de la cinta resulta imposible sin menospreciar la siguiente secuencia, el sucesivo diálogo, a los protagonistas, a los secundarios… Su modo de narrar, de expresar sus ideas a través de las imágenes, de los encuadres perfectos, de la visión de los niños, esperanzados por la siempre aparente salvación, pero invariablemente inquietados por el regreso de aquella maldita canción, la silueta recortándose en el crepúsculo sobre el horizonte, las sombras proyectadas en la pared, esas que tanto y tanto temor nos daban cuando las veíamos desde nuestras camas en las noches de insomnio. Resulta difícil situar en el metraje de una producción cinematográfica todo lo que conocemos sobre ogros, demonios, cuentos, fábulas, temores; estereotipar los personajes, retorcerlos dentro de sus límites aparentemente inexistentes; extraer de actores y actrices todo su potencial, todo su vigor, hasta reciclarlos en meras extensiones de una idea, un sublime concepto de perfección y onirismo. Eso, eso fue lo que obtuvo Laughton, pero nadie se lo reconoció, al menos eso creemos. ¿Por qué si no iba él, que todo lo había logrado ya como excelente intérprete, a abandonar un mundo, el de la dirección, al que las musas le habían llamado de forma ostensible? Para recordar la reencarnación del mal interpretada por un Robert Mitchum, impresionante en su extravagante papel de perverso hasta lo inverosímil reverendo Harry Powell, con su discurso pleno de falsedad y, sin embargo, totalmente arrobador de mentes, de voluntades. Tan creíble fue esa recreación del ogro malvado y perverso, que se repetiría en la historia del cine de forma bastante menos afortunada. Muy bien también una atractiva Shelley Winters, en su rol de cándida viuda arrebolada de pasión ante el mefistofélico predicador de los puños tatuados, abandonando aparentemente el cuidado familiar para dedicarse en exclusiva al culto a la persona del que terminaría por ser su esposo; también la lúcida interpretación de los críos, con su polarizada percepción del nuevo padre, desde un incorruptible John, el mayor, abocado irremediablemente a ser el líder, el padre de familia, hasta una pequeña pero despierta Pearl, casi cautivada por la personalidad de su padrastro, aunque incapaz de ceder, de abandonar su pequeña muñeca de trapo.


Situada la acción en medio de la depresión que siguió a la debacle financiera de 1929, que conllevaría una crisis económica y humana demoledora, en una tierra de hondas tristezas y asolado terreno baldío, inicia la acción con la llegada de un padre perseguido por la policía tras perpetrar un atraco a mano armada a un banco, en el que se han producido dos muertes. El botín se lo dejará a sus dos pequeños hijos para que lo escondan, en una primera y demoledora metáfora de esperanza desde la desesperanza a través de los vástagos. En la celda de la prisión, a la espera de la ejecución de la sentencia de muerte, habla en sueños sobre el botín, de dónde lo ha dejado, pero sin decir concretamente el lugar exacto, sólo que esta en la granja. Este descubrimiento hace que su compañero de reclusión intente indagar sobre el tema, cosa que termina con un demoledor puñetazo por parte del parlante soñador. Allí comienza la pesadilla. Tras ser liberado, Harry Powell acude a iniciar su malvado plan. Conquista a la viuda, a los vecinos y parientes, indaga sobre el dinero, pero algo no sale bien, su verdadera personalidad aflora, asesina, y obliga a huir a los pequeños, a estos Hansen y Gretel con una determinación a prueba de terror y penurias. Todavía recuerdo el estado de plena tensión ante la amenaza creíble, la sensación de alivio cuando parecía que el peligro había pasado. Pero luego, de repente, regresa, y el rostro crispado por la desesperanza del líder, del pequeño John, que vuelve a arrastrar a su hermana a una fuga sin límite aparente. Espectacular la maligna silueta recortándose sobre el horizonte de un Mitchum a caballo, entonando despreocupadamente una canción que es toda una metáfora del terror, algo así como unos tambores lejanos que anuncian el desastre. También memorable el duro enfrentamiento entre la decidida Rachel Cooper, interpretada por Lillian Gish, en una perfecta reencarnación del ángel bueno que se enfrenta al mal. Escalofriante igualmente el grito de dolor, pánico y vulnerabilidad que desata Mitchum cuando es herido por el arma del espíritu bondadoso. Para qué seguir, sí ya he lo he dejado claro; es decir: OBRA MAESTRA. En los últimos años le han salido algunos críticos que, aun reconociendo esa calidad fuera de toda duda, señalan determinadas carencias o incoherencias en la trama, o la leve decadencia del final. Mentira, todo falso, que por hablar no se va a modificar lo que nació y feneció perfecto.
Naturalmente, recibió un inestimable apoyo de un magnífico guión, adaptado por James Agee, pero modificado por el propio Laughton, y de una banda sonora que se acopla como guante al desarrollo de la trama, amén de una cuidada fotografía extraordinariamente conseguida por Cortez. Y es que la mencionada perfección constituye la suma de las partes.
TÍTULO ORIGINAL: The Night of the Hunter
GÉNERO: Intriga, drama, thriller, terror, dibujo de la Norteamérica rural postdepresión
PAÍS y AÑO: USA-1955
DIRECTOR: Charles Laughton
GUIÓN: James Agee y Charles Laughton BASÁNDOSE EN NOVELA DE  David Grubb
MÚSICA: Walter Schumann
FOTOGRAFÍA: Stanley Cortez
PRODUCTORA: United Artists
REPARTO: Robert Mitchum, Billy Chapin, Sally Ann Bruce, Shelley Winters, Lillian Gish, Peter Graves, Evely Varden, James Gleason

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